Clásicos de siempre

por | Ago 11, 2020 | Narraciones Cortas | 0 Comentarios

Es maravilloso escuchar los recuerdos que un hijo tiene de su infancia, especialmente si son recuerdos que te implican directamente a ti. Cuando esos recuerdos además los comparten todos tus hijos, el pecho se te hincha de orgullo como el papo se le hincha a un pavo en celo.

Más tarde revisas los hechos en la oscuridad de tu lecho y, en esa atemporalidad de duermevela, donde no estamos en un mundo ni en otro y flotamos en círculo inmateriales, aparecen las vías de agua que cuestionan tu armazón como padre. ¿Lo hice bien? ¿No me pasé tres pueblos?

Algo así me ocurrió la semana pasada, tras la detención de mi hijo mayor por abofetear…bueno, quien dice abofetear…, por darle un puñetazo…, por saltarle dos dientes a Venancio Talega, el constructor, durante una manifestación tras el hundimiento de unas viviendas sociales por la pésima calidad de los materiales.

En el último cumpleaños de mi hijo menor, los hermanos recordaban los cuentos que les contaba cuando eran pequeños, a la hora de acostarse; era el recuerdo más antiguo que tenían (Normal; empecé con los cuentos cuando apenas tenían seis meses, como una salmodia, mientras los acunaba.) En especial recordaban el de los «Tres cerdos y el lobito». Sí, eran cuentos clásicos, a mi manera, pero clásicos.

Empezaba los cuentos siempre de la misma manera, aún lo recuerdo exactamente: «Erase una vez que se era la sesera, patatera, limonera, caganera, pedorrera, chupitera.» Luego seguía el cuento: «Hace muchos, muchos años, aunque quizá no tantos, había una preciosa granja, rodeada de fértiles campos y espesos bosques, donde vivían el granjero, la granjera, las gallinas, los patos y los conejos, las ovejas, las ocas, las vacas y los caballos; también había pavos, palomas y los tres cerdos.

Habrían sido todos muy felices de no ser por los escandalosos y maleducados cerdos, que creían poder hacer los que quisieran sin respetar a los demás; chillaban continuamente, ensuciaban toda la granja, se burlaban de los otros animales, meaban donde más molestaba, y muchas y peores cosas más.

El granjero tuvo que tomar medidas serias para no arruinarse y, armado de valor, una mañana cogió una estaca de madera y, a palos, expulsó a los tres cerdos de la granja.

Los tres cerdos erraron durante varios días buscando un lugar donde establecerse, y por fin llegaron a un pequeño claro del bosque, un lugar tranquilo y confortable. Los animales del bosque apenas repararon en aquellos tres cerdos taciturnos que se alimentaban de bellotas y pasaban el día tumbados al sol o rebozándose en fango.

El otoño acababa y las lluvias y el frío hicieron que los tres cerdos pensaran en buscar refugio. Así, los dos mayores, que eran bastante tontos, arrancaron unas cuantas decenas de arbustos y montaron un cobertizo donde resguardarse; mientras, el pequeño, más listo, iba diciendo que no con la cabeza, pero aceptó dormir en aquella choza horrorosa.

El ruido que produjeron los cerdos al arrancar los matorrales llamó la atención del zorro, y varios pájaros se quejaron al quedarse sin nido. Esa noche hubo reunión en el bosque y todos los animales decidieron olvidar el asunto, el daño había sido poco, y el bosque tenía espacio suficiente para todos, incluidos los cerdos. De todas maneras encargaron al lobito que, de vez en cuando, echara una ojeada.

Un amanecer, el bosque se despertó envuelto en ruidos espantosos, que daban miedo, y el lobito acudió corriendo hasta el claro donde vivían los cerdos, que es de donde procedía el ruido.

Un enorme tronco, al caer, no le aplastó por pocos centímetros; Los dos cerdos grandes, dirigidos por el pequeño y usando grandes sierras mecánicas, habían tumbado más de una decena de encinas centenarias, agrandando el claro del bosque.

— ¿Pero qué hacéis? —gritó el lobito—. ¡Estáis locos!

La contestación que recibió fue una pedrada lanzada por el cerdo pequeño, que le dio en la cabeza, y un: “¡Largo de aquí chucho apestoso!”.

El bosque entró en pánico; si aquellos cerdos habían apedreado al lobito, ¿qué podrían hacer el resto de los animales? ¡Nada! Durante los tres meses siguiente los tres cerdos construyeron dos enormes cabañas de madera y limpiaron un enorme terreno alrededor, quemando arbustos y troncos de árbol, pero el cerdo pequeño, el más listo, tenía otros planes y, un buen día, una nube de polvo rojizo llovió sobre el bosque, y los animales no pudieron aguantar más y volvieron a enviar al lobito hasta el claro de los cerdos.

Los dos cerdos mayores, con unas máquinas y dirigidos por el cerdo pequeño, estaban removiendo tierra y fabricando ladrillos, iban a construir una tercera casa, pero esta vez una mansión de ladrillo y piedra, para el cerdo pequeño.

La contaminación en el bosque era insoportable, respiraban arcilla en polvo, y el agua empezaba a escasear porque los cerdos desviaron el curso del arroyo hacia la fábrica.

De noche, en silencio, el lobito se acercó al claro del bosque; allí, junto a una hoguera, estaban los tres cerdos mirando unos planos; al lobito se le erizaron los pelos al ver una decena de viviendas adosadas que estaban planificadas siguiendo el arroyo: una urbanización.

Todos los animales del bosque se unieron para enfrentarse a los cerdos y parar aquel sinsentido. Muchos de ellos entraron en las dos casas de madera y sin darse cuenta vieron como los muros ardían y ellos no podían salir, las risas chillonas de los tres cerdos se escuchaban entre el crepitar de las llamas.

El lobito y otros pocos animales quisieron atraparlos, pero los cerdos se encerraron en la mansión de piedra, imposible entrar. Tras un rato pensando el lobito decidió entrar por la chimenea para asustarlos, mientras el resto de animales del bosque rodeaban la mansión.

Cuando el cadáver del lobito salió disparado por la ventana, los pocos animales del bosque que quedaban, huyeron. Los tres cerdos siguen construyendo adosados: “Porquero Paradise” llaman a su negocio. Y colorín colorado este cuento se ha acabado».

Sí, ese era el cuento que más recordaban mis hijos, un clásico de toda la vida. Después de pensarlo mucho rato creo que sí, que lo hice bien.

Espero que no recuerden mi versión de Cenicienta.

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