Ya eres adulto, le dijo Gran Tocón mirándole a los ojos, Hace una semana cumpliste los setenta años, luego, en estos días, has estudiado la geografía, las costumbres y la zoología de Portillano, Toda esta región será tu hogar hasta que dentro de trescientos años…Pero es que yo lo que quería era viajar, saltó Retamo, Yo quería ser un duende viajero y…¡Mira Retamo!, ya eres adulto, y debes entender que los duendes, al acabar su formación, deben aceptar el Sorteo Vital y dedicarse a proteger el territorio que se les asigna. Los duendes viajeros son escasos, salen a supervisar el funcionamiento del planeta cada doscientos años y casi todos mueren en su periplo, No te quejes, Portillano es un buen lugar. Y quería vivir con Flor de Jara, murmuró. De eso ni hablar, cortó enfadado Gran Tocón. De eso ni una palabra más.
La primera noche en Portillano fue agradable. Retamo aún estaba digiriendo las palabras de Gran Tocón y la temperatura era buena, el cielo estaba limpio y plagado de estrellas, las conocía a casi todas y las fue saludando una a una. En algún momento, escuchando el croar de las ranas, se quedó dormido bajo un tomillo.
Portillano era una dehesa enorme rodeada por una sierra coronada de un castillo y precipicios por el lado norte, y un enorme río por el sur. Retamo tardó dos semanas en darle la vuelta volando para hacer una inspección. Le había tocado ser el duende de un territorio muy grande y él era un duende muy pequeño que quería caminar por el mundo cogido de la mano de Flor de Jara. Esa primera noche no lloró porque los duendes no lloran, se ponen de color azul cobalto y, ese color, de noche no se ve, así que en su primera noche en Portillano, Retamo fue invisible. Eso le dolió, porque siendo invisible es imposible dejar huella en lo que te rodea. El sol quiso salir otra vez por el este, que es como una manía que tiene, y Retamo lo miró como cada amanecer, pero esta vez no le sonrió.
Durante meses conoció a los ciervos, a los zorros, jabalíes, oropéndolas, milanos, conejos, galápagos, rabilargos, toros, tomillos, jaras, retamas y encinas, entre una infinidad de seres vivos y rocas. Los conocía uno a uno, era su trabajo, y conoció a los hombres, no con tanta intimidad, ya que casi todos eran meros transeúntes, pero lo suficiente para deducir que esa especie es un poco guarra. Al llegar el segundo invierno Retamo echó cuentas: Tengo setenta y dos años, Flor de Jara tiene sesenta y cinco, aún quedan cinco años para su sorteo, He de pensar qué hago durante este tiempo para poder liberarla, esto no puede ser nuestra vida, y se volvió de color azul cobalto.
Retamo era un duende alegre, amigo de todos los seres de su dehesa, realizaba un trabajo realmente espectacular, incluso detectó cómo el agua del inmenso río se volvía insana y afectaba a un buen número de especie. Hizo sus informes de manera eficaz. Gran Tocón y el resto del Consejo lo felicitaron. Lo invitaron a visitar el Túmulo Supremo. Me alegro, dijo el Gran Tocón, que se te hayan pasado todas las tonterías de la juventud. Retamo lo miró forzando una sonrisa y con la cabeza en Flor de Jara, entonces vio que estaba en la sala de mapas. Percepción visual y visión lateral, le llamaban a eso que tenía Retamo desde niño. Su cerebro retuvo el mapa del mundo conocido y las rutas que llevaban desde el Túmulo Supremo a la Escuela de las Lianas, donde se formaban los duendes durante setenta años, y vio también dos puertos de mar que desconocía, uno al este y el otro al oeste, y comprendió que la Sima de los Equivocados era un lugar lúgubre situado en una zona blanca de los mapas, un lugar sin topografía, un sitio incógnito. De regreso a Portillano estuvo tres días azul cobalto pensando en ella, una vaca casi lo pisa y un búho real se cagó en sus pies, es lo que tiene hacerse invisible, parece que nadie te respeta.
Se supone que un duende asignado a un lugar cumple su función de manera eficiente, y no da problemas, por lo que la supervisión se realiza de tanto en tanto. De tanto en tanto, para los duendes, que viven unos mil años, viene a ser cada siglo, así que Retamo, haciendo unas sencillas sumas concluyó que, desde su visita al Túmulo Supremo, disponía de ochenta o noventa años, para buscar una ruta de huida y llevarse a Flor de Jara, pero solo de tres años para rescatarla, pues una vez hecho el sorteo, sería imposible saber dónde la habían asignado. Se puso manos a la obra.
‒ ¡Oye urraca! Quiero proponerte una cosa ‒Pero la urraca solo volaba por un espacio pequeño.
‒Habla con el vencejo ‒le contestó. Pero el vencejo, aunque recorría miles de kilómetros, no podía posarse en el suelo.
‒Necesito alguien que pueda llevar un mensaje a Flor de Jara y traer la respuesta en uno o dos años.
‒Prueba con el abejaruco ‒aconsejó el vencejo mientras daba vueltas como un loco alrededor de Retamo.
Los abejarucos, así vistos con una primera ojeada, parecen estar mal de la cabeza, al amanecer y al atardecer montan unos líos en el cielo piando con agudos molestos y dejando ver sus colores delirantes. Luego, cuando hablas con ellos, la opinión varía, y te das cuentas de que son buena gente. Boruco, un abejaruco joven, al ver el amor que Retamo sentía por Flor de Jara, se ofreció a llevarle un mensaje a la Escuela de las Lianas. El bueno de Boruco cumplió con creces el encargo pero, debido a su carácter migratorio, entre la pregunta y la respuesta pasaron casi dos años. Tiempo que Retamo aprovechó para diseñar el mejor plan de fugas posible. Con el mapa del mundo en la cabeza buscó la mejor ruta para llegar al mundo en blanco, esa zona desconocida que le atraía como el culo a la mierda. Fue sondeando a todo bicho viviente con argumentos contundentes como los de “Oye tú, que si yo y tal, tú qué, y si acaso ¿qué te podría parecer?”. Trece meses más tarde convenció a un cervatillo para que les llevara a lomos al límite de la laguna Charca, junto a una zorra bastante loca que desde allí los pondría en los límites de Portillano y les presentaría a un gorrión que de salto en salto les dejaría a medio camino de las lindes de Tierra Fuego, donde un lagarto ocelado los transportaría a los pies de la gran montaña Silenciosa para que un ciervo volante los llevara al límite de las Tierras Blancas. Retamo y Flor de Jara podrían haber hecho ese camino solos, volando, pero la vibración de sus alas hubiera sido captada por cualquier otro duende, comprobando la trasgresión a la norma y provocando su detención. Retamo esperó ansioso el momento.
Boruco volvió con un mensaje escueto: Cuando quieras. Cada noche te esperaré en la torre del Este de la Escuela de las Lianas. Retamo no esperó ni un segundo. Llamó al halcón peregrino del segundo nido sobre el río y se lanzaron a toda velocidad hacia la escuela. Fueron dos días de cansancio que dieron sus frutos. Flor de Jara, en la torre del Este esperaba, el halcón se posó, Retamo y ella se besaron, y sin mediar palabra dieron la vuelta hasta Portillano, dos días agotadores más, pero con tanto amor que el halcón llegó a sentirse incómodo.
Durante una semana fue maravilloso, se quisieron, se amaron, pasearon y…bueno…
‒ ¿Que qué de qué? Irnos por esos mundos a ver yo que sé qué? Estás to loco. ¡Cuchamé!. ¡Que mescuches! Aquí se está de puta madre, Portillano es el puto amo de las dehesas. ¿A qué coño viene eso de irse por el mundo a descubrir mierdas?
Después de noventa años, Flor de Jara es la dueña absoluta de la dehesa. Controla uno de los lugares vírgenes más importantes de Europa y Retamo medita placenteramente en medio de un desierto olvidado, contaminado por la radiación y donde nunca va nadie.