IT- El vigilante

«IT – El Vigilante». Ese fue el titular con el que abrió el Periódico de Catalunya. Debajo la fotografía de una silueta humana enmascarada que se recortaba sobre el amanecer, en el puerto de Barcelona. En el pie de foto una pregunta: « ¿Quién eres?».

Hoy, cuarenta años más tarde, puedo, por fin, explicar cómo empezó todo. He respetado el tiempo, tal y cómo él ha querido, y, mientras él está pescando tranquilo a la orilla del mar, yo escribo:

Iván, vestido y chorreando de pies a cabeza, esperaba la salida del sol sentado sobre un bloque de hormigón en el Rompeolas del puerto de Barcelona. Mientras veía clarear el cielo por el este, pensaba en lo complicada que estaba siendo su vida. Era el otoño de 2016, y a sus diecinueve años había perdido la beca de Bellas Artes. Para continuar sus estudios, tener una habitación donde dormir y algo que comer, se empleaba como mozo en una empresa de distribución de pescado fresco, en Mercabarna, el mercado central de alimentos de Barcelona, en turno de noche de martes a sábado.

A los dieciocho años la casa de acogida de los servicios sociales le había dado puerta, y tuvo que espabilar con una ayuda mínima y la beca. De su propia historia sabía lo justo, la procedencia de su familia, andaluces de Almería, algún relato difuso sobre sus abuelos y tres fotos: una de la boda de sus padres y dos de su madre. El padre había muerto en 1999, un año y medio después de que Iván naciera, no se sabía muy bien de qué; siempre le habían dicho que de una enfermedad, pero  una monitora le comentó una vez que lo habían encontrado ahorcado. La madre lo crió a base de palizas hasta el día en que la policía llamó a la puerta, eso fue en el año 2004, y jamás regresó con él.

El cielo se puso colorado reflejándose en el mar. Iván Tenorio Luna, que así se llama, pensó que debería ir a denunciar a la policía, y pensó en los peligros que le podía acarrear hacerlo, y en la pérdida de clases si le llamaban a juicio, y en el trabajo, porque lo seguro era que se quedaría sin él. Vacilante metió la mano en el bolsillo de la sudadera y saco la funda hermética e impermeable donde guardaba el móvil, un lápiz y una libreta para hacer bocetos, allí estaban también los billetes del cobro semanal. Hizo el gesto de llamar a Soni, una de sus compañeras de piso, y lo más parecido que tenía a un lío sexual, pero desistió, era muy temprano, se asustaría.

Iván, viendo despuntar el sol entre el mar y las nubes, repasó lo ocurrido: Llegó a Mercabarna a las nueve y media de la noche del sábado, como siempre, y como siempre, después de cambiarse de ropa, fue al despacho del gerente para cobrar la semana, y para insistir en que bien podrían hacerle un contrato, que ya había demostrado lo que valía. Se sentó en una de las sillas que había frente a la mesa  y, como el gerente tardaba, se amodorró. De repente tuvo una regresión. No era muy habitual en esas circunstancias y rara vez las podía provocar a voluntad, pero Iván se encontró en el mismo despacho siete horas antes viendo como el gerente, indignado, hablaba con un hombre pequeño y seco.

— ¡Ya se me ha agotao la paciencia! No hay más margen. Encárgate de él. A las tres de la madrugada lo encontrarás sólo en este local de la Barceloneta —le dio un papel que Iván leyó. El hombre enjuto se fue y el gerente hizo una llamada—. Será esta noche. A ver si escarmientan los hijos de puta y dejan de jodernos el perico. Que mañana lo sepan todos, los embarcaos también. Adeu.

Cuando el gerente entró, Iván volvió a su presente. Mientras aquel hombre fofo, con rasgos de bacalao, abría una pequeña caja fuerte oculta tras un atún disecado, Iván pensaba: Van a cargarse a un tío esta noche. ¡Qué cabrón! ¿Qué hago? ¿Llamo a la policía? Ostia, no, que me quedo sin el curro. ¿Y si voy yo? ¿Y que me peguen a mí otro tiro? Pero el tío flaco ese no me verá, eso seguro…

—Toma chaval. El sueldo.

Iván cogió el dinero y bajó al almacén. El lugar era un hervidero de personas descargando y apilando cajas en las cámaras frigoríficas, chapoteando en un suelo mojado, en un ambiente frío e insano a la luz amarilla de los fluorescentes, con ese olor a pescado que se mete en las entrañas, y los gritos de los encargados dando órdenes fundamentalmente contradictorias. A la media hora le sobrevino una supuesta colitis repentina, habló con el supervisor y se largó del trabajo. Mientras caminaba por la Zona Franca seguía dándole vueltas a aquel asunto. Siempre había usado sus habilidades para su propio placer, pero ese día sintió la necesidad de meter las narices en aquel posible asesinato y comprobar si podría hacer algo para evitarlo. Al principio, de niño, al ir descubriendo sus cosas, se convenció de que no se debían mostrar, que no había que hablar de ello, era un secreto; de ese convencimiento se encargó su madre a base de ostias. Luego, tras el abandono, dio rienda suelta a su imaginación, ya se sabe, la adolescencia, aunque lo siguió escondiendo por rutina.

Fue en Enero de ese mismo año, 2016,  a raíz de un reportaje en la televisión sobre los cincuenta años del incidente de Palomares, cuando unas bombas nucleares cayeron sobre esa pedanía de Cuevas de Almanzora, en Almería, que Iván cambió su perspectiva del asunto. En el reportaje se mostraban fotografías de la época: del ministro Fraga bañándose en el mar, de Paco «el de la bomba» (el pescador que dio las indicaciones del lugar en que cayeron), y la foto de un muchacho de unos quince años acompañando a unos militares americanos y bajo la cual ponía: «Basilio Luna, un zagal de la pedanía, acompaña sonriente a los marines americanos». Basilio Luna era su abuelo, no podía ser otro, y en Palomares. A partir de ese momento Iván empezó a creer que lo suyo era fruto de la bomba, Eso fue la bomba, pensaba, la radiación, que le hizo algo al abuelo y me lo ha pasado a mí, Habilidades para usarlas, decía, esto es la polla, como los cuatro Fantásticos todo en uno, pero de Almería, tío, de Almería, pensaba.

Llegó a la Barceloneta. Quedaba gente por la calle, algún bar abierto con clientes asiduos y un número aceptable de turistas borrachos, paseó por los alrededores de la calle que había visto escrita en el papel. Esperaba la hora señalada y quedaba mucho, eran las doce  y cuarto, así que decidió dejar pasar el tiempo en un garito de diseño, tomando un gin-tonic y leyendo el periódico; no tenían periódico, gin-tonic sí, y turistas rubias borrachas que se lo montaban en los lavabos con turistas rubios borrachos también, así que decidió ir a hacer de voyeur  un rato. Antes de entrar en los lavabos llenó sus pulmones de aire y dejó de respirar, se volvió invisible y pudo disfrutar de un coito Erasmus durante casi un minuto. No aguantaba sin respirar más de un minuto, y por más que ha entrenado nunca lo ha conseguido, es una limitación crítica de su habilidad que le ha hecho correr mucho, escapando de gente peligrosa, pero es muy útil en ocasiones. De joven la usaba para ver chicas duchándose, en modo exprés, que no le daba ni para una paja. A partir de su concienciación social empezó a hacerse preguntas más profundas, como por ejemplo: ¿Por qué la ropa se vuelve también invisible? En esta ocasión tuvo que volver a correr, dos rubias se lo estaban haciendo a un rubio tan bien, tan bien, tan bien, que se le acabó el aire sin darle tiempo a salir, y claro…

A las tres menos cinco minutos, agazapado tras un contenedor de basura que apestaba a ternera podrida con bambú y setas, vio llegar al tipo pequeño y enjuto; caminaba tranquilo hacia una puerta de garaje cerrada bajo la que asomaba un filete de luz. Aporreó la puerta sin complejos y del interior salió una voz: ¿Quién? Soy Kiko «el nervio», Te traigo unas coordenadas de parte del «Gato». ¡Vaya! El gerente será el Gato, concluyó Iván. La persiana se abrió a media altura, el tal Kiko entró, la persiana se bajó, se oyó algo parecido al descorche de una botella de cava, la persiana se abrió del todo y el tal Kiko salió conduciendo un pequeño tractor con remolque, con las luces encendidas y silbando una canción. Iván se metió una paliza importante para seguir al tractor: Ahora dejo de respirar y corro, aparezco, respiro rápido, dejo de respirar y corro. ¡Ay! que se me escapa. Dejo de respirar y corro más, y aguanto más la respiración. ¡Dónde coño lo lleva! Aparezco. Respiro muy rápido. Dejo de respirar y casi lo pierdo. Cuando el tractor se paró en un rincón oscuro de la playa de Sant Sebastià, Iván estaba a punto de hiperventilar. Se agazapó en un rincón mientras veía como Kiko «el nervio» se esforzaba para sacar un bulto del remolque, Iván estaba seguro entre las sombras del rincón, pero la humedad de la noche y la arena fría no perdonaron, y el estornudo fue de catálogo. La linterna de Kiko enfocó el lugar mientras se echaba la mano derecha a los riñones buscando la pistola. Fue visto y no visto: ¿Quién cojones eres tú? Dijo Kiko mirando fijamente a Iván, e Iván desapareció dejando al sicario desconcertado, enfocando al mundo con la linterna. Iván corrió sin mirar, el haz de la linterna le pasaba de vez en cuando cerca y la luna llena no le ayudaría en aquella larga playa. Aprovechando el Mediterráneo tomó el camino fácil, el que no le fallaría, se metió en el agua y se sumergió, buceando mar adentro, girando hacia la derecha para dejar atrás el hotel Vela y doblar el espigón nuevo, para llegar al los restos del viejo Rompeolas, y sentarse empapado a ver salir el sol.

La primera vez tuvo miedo, tendría unos cinco años cuando su madre, por cruzar el pasillo de casa con el suelo recién fregado, le agarró por el cuello y le hundió la cabeza en un barreño con agua. Pasó unos momentos de auténtico pánico, pero al darse cuenta de que respiraba perfectamente dentro del agua se relajó y dejó pasar el tiempo. Siempre cuenta que habría muerto seguro de no haber sido por esa capacidad. Es su habilidad preferida, su afición, el mar y bucear libremente junto a los animales marinos, allí abajo no tiene miedo. Es una habilidad que no le ha servido para mucho más que para pasárselo bien, pero le salvó la vida por segunda vez y, con los años, fue encontrando muchas cosas en el fondo, más de las que le hubiera gustado. Aunque moriré congelado, pensó, A ver si el sol empieza a calentar, me seco un poco y tomo una decisión. Iván se había quitado la ropa cuando la esfera solar se dejó ver por completo, en pocos minutos notaría tibieza en la piel; entretanto llamó a Soni, ahora sí.

— ¿Qué pasa tío? Son las ocho. Me he acostado hace un rato — Soni, con la voz pastosa, asomaba la cara por el borde del colchón y le hablaba a un móvil tirado en el suelo.

— ¡Joder! ¿Y no podrías venir a buscarme con la motillo y ropa seca? Será media hora tía. Es que me han tirado al mar.

Soni era la típica persona entusiasta, de esas que le digas lo que le digas, se lo cree y te apoya con fervor. Supongo que eso le venía de su condición de friki de…de…de prácticamente todo; sus veintisiete años le habían dado para labrarse un futuro como transportista por cuenta propia, tenía una furgoneta y un ciclomotor, y convertirse en una autoridad sobre Star Trek, Marvel, Star Wars, DC Comics, Harry Potter, Naruto, El señor de los anillos, Dragon Ball, Juego de Tronos, Battlestar Galáctica, Akira, Doraemon, Nausicaä  y…la lista es interminable e incluía a Iván Tenorio, sus pinturas y dibujos, y su extraña percepción del color. Con una resaca importante y una bolsa con ropa seca, Soni cogió el ciclomotor y fue al rescate de su héroe.

—Me secuestraron a la salida de Mercabarna y me metieron en el maletero de un mercedes negro con las lunas tintadas —explicó Ivan mientras se vestía y Soni asentía murmurando: Claro, claro—. Me trajeron hasta aquí, me enfocaron con una linterna, se cabrearon y me tiraron al agua. Supongo que se confundirían de persona. Anda tía llévame a la comisaría del Raval y luego te vas a dormir, que tienes una cara…

En la comisaría había una cola importante de gente en más o menos buenas condiciones, Iván sabía que era lo habitual de un domingo por la mañana y esperó paciente su turno. La mossa d’esquadra, al escuchar que aquel joven quería denunciar un asesinato, lo miró de arriba abajo, le pidió el DNI y salió por una puerta lateral a buscar a un compañero.

Tras pasar las pruebas de alcoholemia y de drogas, Iván, escuchó atentamente al sargento que estaba sentado frente a él.

—Así que anoche, sobre las tres de la madrugada, paseabas por la Barceloneta y escuchaste un ruido sordo que te pareció un disparo, como en las películas, precisas. Te escondiste tras un contenedor y pudiste ver como se abría la persiana de un local, y dices que, en el interior, un tipo pequeñajo metió el cuerpo de otro tipo que parecía marinero. ¿Por qué parecía marinero?

—No sé, respondió Iván. Quizá lo creí porque dentro del local había una barca de remos boca abajo.

— ¡Ya! Sigo: El cuerpo de un tipo que parecía un marinero en el remolque de un tractor pequeño, como esos que se usan en jardinería. ¿Eres jardinero? Ah, no, pone que eres estudiante de Bellas Artes. El hombre pequeño salió con el tractor y el cadáver, y tú los seguiste hasta la playa de Sant Sebastiá. Allí el hombre pequeño te vio, te asustaste y saliste corriendo. ¿Es correcto? ¿Y cómo has esperado hasta esta mañana para venir a denunciar?

—Por miedo, oiga.

—No tienes alcohol ni drogas en la sangre. Estoy por pensar que eres un bromista de los que nos quiere hacer perder el tiempo, y eso se paga caro, muy caro. ¿Lo entiendes? ¿Estás seguro de que quieres firmar esto?

Iván salió de comisaría satisfecho, había hecho la denuncia y no había dado ningún nombre. Ahora el asunto era cosa de la policía y él se sentía como un superhéroe. Había usado sus habilidades para ayudar a atrapar a un asesino. Ese domingo durmió feliz hasta las cinco de la tarde y al despertar echó un polvo importante con Soni.

En el piso, un piso grande del barrio de Santa Eulalia, en Hospitalet de Llobregat,  además de Soni e Iván, vivían Marc, Nuri, Laura y Lien, una belga de Erasmus, más todos los satélites propios de un piso compartido, que Soni, como titular del contrato, intentaba mantener a raya. Lien había preparado una cena típica belga, lo que en un piso compartido significa, mejillones de lata, patatas fritas de bolsa y cerveza del Mercadona, y un triste pedazo de brócoli para Laura. Los demás estaban de acuerdo en que la cara de tristeza de Laura se debía a la tristeza de su dieta. La conversación era animada, orbitaba sobre los últimos ligues de los presentes y el secuestro y lanzamiento al mar de Iván; todas se lo tomaban a cachondeo salvo Soni. A Iván le sonó el teléfono. Era la comisaría: «No haga planes para mañana, un coche le irá a buscar a las ocho de la mañana para un reconocimiento». A Iván se le cayó el mundo encima, tenía clase de natural y, aprovechando que el lunes no trabajaba, había pensado quedarse en la facultad por la tarde a trabajar texturas con un par de compañeros. No tenía que haber ido a la comisaría, pensó. Quiso quitarle importancia y bromeó, Y vienen a buscarme en coche como a un marqués. Pues yo me mosquearía, dijo Marc, es como si fueras sospechoso. Vete a la mierda, saltó Nuri, no lo acojones, que está tierno. Y es que Iván era el pequeño de la casa. Siempre le han gustado las mujeres mayores, primero Soni, luego yo, siempre buscando una madre que no tuvo.

Iván pasó el resto de la noche pintando a oscuras y en silencio. En esas noches de domingo y de lunes conseguía composiciones delirantes y magníficas gracias a la última de sus habilidades: Iván es capaz de percibir, no solo el espectro visible, sino gran parte del espectro electromagnético, desde el ultravioleta extremo hasta el infrarrojo lejano, y puede que las longitudes de microondas también. No solo eso, también puede modularlas a voluntad, y eso le da una visión cromática única del universo. Al principio usaba esa capacidad para sus obras y para ver en la oscuridad; once años después, cuando, tras una inmersión en Sagres, en el cabo de San Vicente, al quitarnos los neoprenos, me dijo: Elena, tienes un puntito muy caliente en el pecho que no estaba antes. Nos dimos cuenta de que podía detectar tumores y ciertas alteraciones fisiológicas con mucha más antelación que algunas técnicas de diagnóstico. En ese momento todo cambió, pero esa es otra historia.

Ya que estamos, me presento, soy Elena, cuando conocí a Iván, él estaba a punto de cumplir los veintiuno, yo tenía treinta, y era bióloga y agente de la policía científica de los mossos d’esquadra. Lo había visto un par de veces, no, tres veces, deambulando por la central de los mossos en Sabadell, y siempre relacionado con casos complejos que requerían de nuestros servicios. Eso en un solo año es raro, y pregunté. Luego resulta que el mundo es un pañuelo, yo vivía entonces en un piso del Passeig de Garcia Fària, frente al mar, y un frio domingo de diciembre por la mañana, desde la ventana del salón, vi a un tipo con neopreno metiéndose en el mar. Es bastante habitual en cualquier época del año ver nadadores y surfistas en esas playas, pero este no nadó, se sumergió y no volvió a aparecer. Desde mi piso cubría casi un kilómetro de playa, me asusté y llamé a mis compañeros, una patrulla se presentó a los pocos minutos. Bajé con ellos y les expliqué lo ocurrido, en una esquina del espigón estaba la ropa y la documentación, era Iván. Vinieron dos patrullas más y un par de submarinistas de la policía, la gente se asomaba a las ventanas, muchos bajaban hasta la playa a ver qué ocurría, llegaron periodistas y fotógrafos, y entonces, caminando tranquilamente, Iván emergió del agua preguntando: ¿Ha pasao algo? El chorreo que me cayó fue mayúsculo, los compañeros me sacaron motes burlones y casi me cae una sanción, pero fue el comienzo de mi relación con Iván Tenorio.

 

El coche patrulla fue puntual, y a las ocho y media Iván se sentaba en una sala de interrogatorios junto a una mossa, un portátil y cinco cajas de archivo.

—Mira. ¿Puedo tutearte? Vale. Tu denuncia de ayer ¿Recuerdas? Pues hemos encontrado el tractor con el remolque, el local que dijiste, con un casquillo de bala y sangre, y la mujer de un patrón de pesca llamado Joanic ha denunciado su desaparición. Así que ¡venga! Hemos de mirar fotos a ver si reconoces al tío flaco y enjuto.

A Iván le pareció que aquello iba a ser eterno, foto tras foto el tiempo iba pasando sin resultado, la luz artificial le cansaba la vista, nervioso, cogió el bolígrafo de la mossa y tuvo una regresión, apareció en la misma sala la tarde anterior, la mossa, vestida de paisano, le estaba haciendo una mamada a un mosso de uniforme. Volvió al momento real rojo como un tomate, la situación se había hecho embarazosa y ya no distinguía rostros de ningún tipo. Para acabar con aquello decidió tirar por lo recto, pasara lo que pasara.

— ¿Puedo hacer otra declaración?

En otro despacho, y con otro policía, Iván explicó que había oído la conversación de su gerente con el hombre pequeño. Dio el nombre del gerente, su apodo y el nombre de Kiko «el nervio». Mintió en la declaración del día anterior porque su situación era muy precaria  y si perdía el trabajo tendría que dejar la facultad, y solo le quedaba ese curso, por eso mismo no avisó a la policía en su momento. Le dejaron claro que le podía caer un puro importante. Al final Iván salió de rositas gracias a que la policía, gracias a él, desarticuló una red muy importante de tráfico de cocaína.

Iván, en lugar de cortarse, se animó, y cuando el día de su cumpleaños fue a ver a su madrina, la mujer que trabajando de voluntaria había estado con él en el piso de acogida desde el principio, Nuria Ribes i Fresser, una viuda rica y cicatera, pero de gran corazón, y esta le regaló un neopreno de la Decathlon, El chico lo vio claro. A los dos días recorría  las terminales de contenedores del puerto vestido con el neopreno, al que le había impreso sus iniciales en el pecho, IT, en color rojo fuego, calzando unas zapatillas negras de taichi y con la cara cubierta por una protección de hockey.

Puede parecer una tontería, pero entre las regresiones, la invisibilidad transitoria y la visión nocturna…bueno y sus chivatazos a la policía, porque Iván, en acción, lo que se dice en acción, pues no, es más de pintar y eso, se fue haciendo un hueco en el imaginario de la ciudad.

En su primer caso, no solo no lo despidieron de Mercabarna, sino que el nuevo propietario le hizo un contrato indefinido. En el haber podemos decir que Soni dejó de copular con él porque encontró un gañán más aparente y de horarios más regulares.

Hasta que me conoció a mí, lo más relevante en su vida, además de resolver otros tres casos y cargar pescado, fue la venta de tres obras suyas a un precio más que interesante para un novato que solo había expuesto en una colectiva de un centro cultural de Hospitalet. Para nuestra desgracia el comprador fue Eric Lamata, un crío de diecisiete años, huérfano y heredero de una fortuna más que importante, alguien del que decían entonces que poseía un coeficiente intelectual enorme, y muy mala leche, esta debida, según contaban, a un fuerte complejo por sus deformidades; No es cierto, Eric es simplemente la maldad hecha carne. En persona lo conocemos muy pocos y nunca se le ve en público. Vive encerrado en un enorme palacete de la Floresta, en la cara norte del Tibidabo. Y las pocas veces que sale hay que agarrarse los machos.

A día de hoy, Iván no sabe que Eric Lamata es su hermano de madre. Y, si es por mí, no lo sabrá jamás. Año y medio después de desaparecer de la vida de Iván, su madre, aprovechando un permiso carcelario de fin de semana, atracó una joyería junto a un yonqui conocido suyo. La celebración acabó en una borrachera y un polvo antes de que la policía los encontrara. Ella parió a un varón con malformaciones, un cráneo abultado sobre un tronco corto y jorobado, dos piernas demasiado largas y delgadas y un brazo ostensiblemente más corto que el otro. Lo crió hasta los tres años, cuando los abuelos paternos, los padres del yonqui, al comprobar que la madre de Eric se pasaba la vida incomunicada por exceso de violencia y agresividad, decidieron llevárselo. Él, industrial del textil, y ella, catedrática de Teología, ambos del Opus Dei, vivían en Sant Cugat del Vallés, y decidieron educarlo en una escuela elitista del Opus. Allí aprovechó una de sus habilidades para hacer contactos. Eric tiene la capacidad de manipular a las personas que carecen de empatía o de sentimiento de culpa, y entre las élites abundan. No solo son psicópatas los asesinos en serie de las películas, un psicópata no tiene por qué asesinar, son casos excepcionales. Eric fue ampliando su círculo de amistades y sometiéndolas a sus deseos. Un desgraciado accidente lo dejó sin abuelos cuando tenía quince años, y heredó todo.

Tiene dos habilidades más: Pasar desapercibido en público y caminar sobre las aguas. Desde los veinte años se hace llamar EL, o El Señor, y siempre está rodeado de doce tipos armados. Se ha hecho poderoso e intocable, es un prócer, un benefactor de la sociedad cuya única obsesión es acabar con Iván. En aquella primera compra de cuadros pretendía conocer a su hermano, saber si era igual que él y atraerlo a su lado. El choque fue duro, y ganamos. Además llegó un momento en el que cargarse a IT no hubiera sido bien recibido, era el héroe más popular de Europa, el misterioso personaje que levantaba las alfombras más sucias del poder. He de decir que gracias a mí, y no es falsa modestia: yo le enseñé a usar la regresión a voluntad  y a situarla en el momento que quisiera durante los dos días anteriores al presente.

Cuando Iván pudo ganarse la vida modestamente con la pintura, dejó Mercabarna, el olor a pescado y los turnos de noche. Consiguió un carnet de prensa y se dedicó a estar presente en el pasado de muchas reuniones jugosas entre políticos, políticos y empresarios, empresarios y delincuentes, delincuentes y políticos, banqueros y periodistas, periodistas y políticos, periodistas con empresarios y delincuentes, delincuentes entre ellos, en fin, que si hubiera estado Iván activo cuatro años antes, quizá no hubiera acabado todo como ha acabado, pero, en fin.

Con los años el acoso de EL arreció y se volvió más violento. Entonces cambiamos de nombre y abrimos un centro de diagnostico precoz en Girona, la inversión fue mínima gracias a la habilidad de Iván, y muy rentable.

Ahora, ya mayores, descansamos en un lugar indeterminado del Mediterráneo, siempre con un ojo puesto en EL.

 

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