Útero

El útero

Sí, soy trekkie. Se pronuncia treki y lo soy desde chico, con Star Trek, la serie original. Mira, cada uno tiene sus manías y sus cosas. Yo en los ratos tontos me hago de la Federación y navego por un universo abierto con más carga filosófica que otros universos de ficción. Cada cual es como es.

Ahora estoy revisando “Star Trek. Espacio Profundo 9”. Me encanta, pero hasta ayer omitía la introducción; las nuevas tecnologías, y esto, sí, sé que suena a viejuno, lo permiten. Ayer la vi. Estar de baja te permite un plus de tiempo. Hoy es la verbena de San Juan. Durante más años de los que se contar, yo cogía un tren que me llevaba de noche de Barcelona a Madrid, a casa de un amigo. Veía hogueras en muchos pueblos al ritmo del “tran tran” del tren.

En la introducción, esa que me saltaba, aparece un cometa dejando su estela en el espacio. Me cambió la perspectiva. Los cometas y los meteoritos van por el espacio a toda leche y llevan con ellos cosas que pueden ser gestores de vida. Dormí la siesta, eso que hacen los españoles cuando pueden. Yo, ese día, pude. En ese lapsus del sueño donde la duermevela manda, se me apareció un gran útero. Yo flotaba ingrávido en ese enorme útero oscuro y cálido. Yo giraba a lo tonto en todas direcciones y parecía no avanzar. Sonó “El ocaso de los dioses” de Wagner y cientos, no, millones de luciérnagas iluminaron aquel útero negro y vacío bailando con un raro orden desordenado. Las luciérnagas se convirtieron en soles, esos soles formaron planetas yermos y “La cabalgata de las Valquirias” tomó el mando sonoro al tiempo que un ejército de cometas y asteroides se dirigían a esos sistemas regando las semillas de la vida.

Luego, despedido de mi amigo, con la mochila a cuestas, me ponía a caminar unos trescientos quilómetros hasta mi pueblo. Durmiendo al raso, en ayuntamientos o en iglesias. El cielo con sus estrellas fueron el mejor techo para dormir. Ese útero universal es la mejor manta para arroparte en tu cansancio.

En ese momento, en medio de aquel universo útero apareció un sofá y me dormí. Dormir sobre dormido puede parecer un lujo, pero no. Es, a la vez, brillante, insano e inquietante. Al menos para mí. Mi subconsciente, mi cerebro doblemente dormido, bullía saltando de pensamiento en pensamiento, de idea en idea, pero mil voces ominosas pisaban esas ideas. Eso era inquietante. Desapareció el sofá y desperté del segundo sueño. El útero seguía siendo un útero, pero sin estrellas ni planetas. Al fondo unos óvulos y, a toda velocidad, sobrepasándome, millones de espermatozoides corriendo a fecundar.

En ese momento me caí del sofá, el del salón de casa, no el otro, y dolorido comprendí que lo grande y lo pequeño son lo mismo en este universo. Que las distinciones son siempre de parte y esconden intereses, pongamos feos, por no usar adjetivos más desagradables.

 

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