El barco

El día era feo. Llovía con ganas y el gris del cielo era plomizo y triste. Ríos caudalosos bajaban por las calles de Barcelona desde el Tibidabo hacia el mar.

—Henar, esto no puede acabar bien —se quejó Xavi mirando a su hermana mientras sacaba el cuerpo por la borda de estribor para compensar la ceñida—. No sé por qué te he hecho caso —remató con esa voz neutra de animal sacrificado.

—Venga Xavi — contestó Henar—. ¿No me digas que esto no es mejor que estar encerrados en casa? Esto es la aventura.

—Sí, sí —respondió Xavi—. Una súper aventura, como diría mamá, pero los medios…

—Pero vamos a ver. ¿No estamos navegando a seis nudos en dirección al mar?

—Ya. Los nudos no sé, pero es verdad. Y es muy emocionante, pero bajamos por la calle Balmes hacia la calle Pelayo. Yo eso en barco no lo veo normal.

— ¡Jo, hermano! Papá aprendió a esquiar aquí mismo en el año 1962, es lo mismo; y que el cambio climático y eso hayan convertido Barcelona en un río caudaloso permite que…

— ¡Sí claro! Y que tú seas la capitana con nueve años y yo el timonel con cinco… ¡Cuando se enteren mamá y papá…! Nos tendríamos que haber quedado leyendo cuentos. Pero claro, la sabionda lee el soldadito de plomo y…Teníamos prohibido salir de casa. Estamos confitados con ese cotorravirus.

—Confinados, idiota, y se llama coronavirus. ¡Vigila! ¡A babor, que llegamos a la calle Pelayo! ¡Más a babor, más a babor!

—Este timón no se maneja muy bien. Es una mierda. No sabes de barcos —resopló Xavi hincando con fuerza en el agua la pala de jardinero por la amura de babor—. Y cuando papá se entere de que has usado todo su archivo de periódicos antiguos para hacer este barco de papel, verás la que te ganas.

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