Nuestro pobre es muy alto, también es muy negro, yo diría que es guapo, pero como lleva la mascarilla puesta todo el rato, aunque ya no es obligatoria, solo puedes ver sus ojos. Son ojos que sonríen mientras te saluda con la mano. Cuando llevas monedas le dejas alguna en el vaso de plástico. No debe lavarse mucho, pero no me he acercado a olerlo. Le tenemos cariño, lleva ya tres años en ese rincón de la entrada del supermercado. Creo que no debe tener papeles, pero pienso que nadie se lo ha preguntado. Como es nuestro pobre y sus ojos sonríen todo está bien. Mi gata se llama Mia, el perro de la vecina Héctor. A nuestro pobre nadie le ha preguntado si tiene nombre, pero sus ojos sonríen día tras día. Su nombre nos importa una mierda, es nuestro pobre y además es negro, un plus. El pobre del barrio de al lado es caucásico, rumano, nada que ver, y no lleva mascarilla, Encima pide de pie, que no da pena. Un día tuve la tentación de preguntarle su nombre, pero no fui tan idiota, si nadie le preguntaba nada, ¿Por qué iba a ser yo? Había más preguntas, pero se quedaron todas en la basura del centro comercial, esa papelera donde tiras el papelillo ese con la lista de la compra. Un viernes el pobre negro no estaba. La gente se preocupó, estábamos acostumbrados a tener nuestro pobre. Afortunadamente el lunes volvió, tan alto y tan negro como siempre. Ayer llevaba suelto y le di un euro, dijo: Adiós amigo. No he querido saber más, ¿Cómo voy a ser yo más que mis vecinos?
