Una mañana de octubre empezó a seguirme, en la entrada del metro se paraba y yo continuaba hacia las profundidades. Al regresar del trabajo salía de debajo de algún coche aparcado y me seguía hasta el portal de casa. Era el gato callejero más feo que había visto, pero me hizo gracia. Al cabo de unas semanas, ya entrado noviembre, compré unas latitas de paté para gatos y cada mañana le bajaba un poco. Extrañado de su persistencia pregunté a los vecinos, y no, solo me seguía a mí. Cosas de la mente gatuna pensé, y no le di más vueltas.
Pasadas las navidades comenzó a seguirme con un muñeco roto en la boca, yo le daba su paté, él dejaba su muñeco en el suelo, se zampaba el paté de un bocado, cogía el muñeco y corría hasta ponerse detrás de mí. Yo reía y la gente me miraba como si estuviera loco. Al entrar en el metro el gato se paraba, y al volver de trabajar, allí estaba él con el muñeco destrozado. En aquel momento estoy seguro que se hubiera dejado acariciar, pero a saber las enfermedades que podría trasmitir un gato callejero, además tan feo y desaliñado.
Para Carnaval salí disfrazado de zombi guarro para participar en la fiesta del barrio. El gato no se separaba de mí, y como es tan feo me hacía juego, me dieron un premio, una caja de vino de Valdepeñas, de esas de las grandes superficies. En la madrugada hubo fuegos artificiales, no debieron de hacerle mucha gracia porque salió corriendo y no lo volví a ver hasta dos semanas después. Me estaba empezando a olvidar de él cuando una mañana salió de debajo de un camión aparcado y me siguió de nuevo maullando como un tarado. Creo que fue porque echaba en falta el paté.
Al llegar la primavera empecé a decirle cosas al gato, el gato empezó a meterse entre mis piernas y a dejar el muñeco roto en el suelo. La verdad es que el muñeco más que roto estaba destrozado. Un día me agaché y lo cogí con la intención de tirarlo al contenedor, ya le compraría otro. Al fijarme me di cuenta de que eran los restos de un Geyperman buzo, un juguete de los años setenta. Me giré, miré al gato y pregunté ¿Gabriel? El gato maulló dos veces y se me subió a la pierna. Desde entonces vive conmigo.
A mi hermano Gabriel lo atropelló un coche en 1976, cuando bajó al asfalto a buscar el Geyperman buzo que se le había caído.