La gaviota, la paloma y el forastero

Me llamo Fermín y vivo en una ciudad costera. No es raro ver gaviotas tierra adentro aprovechando la comodidad de los basureros, con las suculentas sobras que la humanidad abandona. Hacia finales de los setenta del siglo XX ya nos extrañaba, a mis amigos y a mí, ver gaviotas en basureros de pueblos del Pirineo catalán.

Alrededor de mi edificio se les oye graznar durante la madrugada. Cuando me despierto me asomo a la ventana. Hay unas doce que van como locas arriba y abajo, se posan en los jardines de la calle o suben volando haciendo quiebros para lanzarse luego en picado. A una muy loca la bauticé: Juana.

En el barrio hay contenedores cerrados, y pocos bares y restaurantes, así que su sustento básico son las bolsas de las cocinas de una escuela y las palomas. A ver, las palomas tampoco son tontas, algunos las llaman ratas del aire, pero de un día para otro no ves más de tres cadáveres en el asfalto. Juana es la número uno en esa tarea.

Me di cuenta de que a pesar de haber gorriones, lavanderas, petirrojos, colirrojos y otras especies, Juana ni caso. Luego piensas “Es lógico, si solo tienen pluma y hueso. No hay chicha”. La solución gastronómica son las palomas. También podían serlo las cotorras esas verdes, que también son forasteras, pero van en bandadas cerradas, son un ejército bien armado, y ahí las gaviotas se meten poco.

Teníamos picando verde a un par de garcillas bueyeras que hacían mar y montaña, venían cada mañana del delta de un río donde nidificaban y pasaban la noche, a picar en el jardín de abajo, Juana se acercó la primera vez que las vio, parecían tener chicha, pero con esos picos que parecen espadas decidió dejarlas tranquilas.

A veces veo a Juana quieta sobre una farola. Estoy convencido de que en esos momentos de meditación piensa en lo difícil que es comer cada día. Seguro que Juana había escuchado a su bisabuela lo maravilloso que era sobrevolar el mar y ver tantos peces suculentos, pero aquello había cambiado, ya no había tanto pescado.

Juana, un viernes, estaba en sus meditaciones sobre la farola, tras haberse cepillado a una paloma, cuando El Forastero se le echó encima y le picó en un ala. Juana se lanzó hacia el suelo, y remontó el vuelo cambiando de dirección cada segundo, buscando quién se había atrevido a atacar a una gaviota. Juana no había visto jamás al Forastero. Yo sí, el Forastero era un halcón peregrino. Era la primera vez que lo vi en la ciudad, luego leí la noticia de que las obras de un túnel de tren bajo unas rocas habían hecho desaparecer la colonia de halcones de los acantilados de un pueblo al sur.

Durante más de un mes Juana estuvo asustada y nerviosa, se sentía una posible presa, adelgazó. Los cetreros del aeropuerto consiguieron devolver a los halcones a sus rocas y Juana volvió a la normalidad, engordó a base de basura y no volvió a atacar a las palomas, aunque no les hizo asco a las ratas. Un cambio de dieta.

 

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