Fantasías

Se levantó el día con mucho viento y el frío comenzó a hacer su función. Lo que había sido el invierno de toda la vida, pero llevábamos unos años sin sentirlo. Tuve que bajar a la calle, siempre hay que hacer algo en la calle. Yo la llamé Cosa y era una gata callejera coja pero tan hermosa como Mía, la que teníamos en casa desde hacía  seis años.

Cosa me miró y huyó a saltitos debido a su cojera, tras ella salieron tres gatitos que habían estado bajo la panza de un coche aparcado. Yo hice lo que tenía que hacer en la calle, tirar la basura, comprar el pan y una docena de huevos y esas cosas. Voy a caminar un rato, pensé, porque la doctora me ha dicho que camine. Y caminé. Caminé hasta que vi dos de los gatitos muertos en medio de la calzada y a Cosa lamiéndolos. Atropellados.

Subí a casa pensando en Cosa, acaricié a Mía y le di un premio. Me senté en el sofá y me dormí. Apareció Cosa en el aire con un vestido azul, de mi tamaño y con un cachorro en brazos. No me llamo Cosa, dijo, me llamo Miau la coja, y este es mi hijo que se llama Miau el que queda. ¿Puedes ayudarme? Preguntó. A ver, dije, depende en qué. Algo sencillo, respondió, en matar al que atropelló a mi familia. Era un coche rojo, dijo, con los retrovisores amarillos, pero no sé de números, no sé la matrícula.

Desperté porque Mía me rascaba la pierna pidiendo un premio y las uñas de un gato son molestas. No me la dejan tener en prisión, pero sé que está bien. A Cosa la veo cada mañana desde la ventana de la celda. Viene a saludarme con su único cachorro.

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