Era el primer día que Esteban iba a la playa esa primavera. Finales de abril, había sido un año de temperaturas suaves. Esteban se sentó en la tumbona, se rebozó en crema protectora y se puso los auriculares y la radio, él no se bañaba desde hacía unos años. El presentador de la emisora abrió un corte sobre ciencia y el invitado entró diciendo que vemos el pasado. Aquello llamó la atención de Esteban. El invitado habló de la velocidad de la luz y concluyó que cuando miramos al Sol, en realidad estamos viendo el Sol de hace ocho minutos.
Aquello removió a Esteban que, ya en casa, decidió profundizar. Y sí, parece ser que cuando miramos las estrellas vemos el pasado. Bueno pensó Esteban, ocho minutos tampoco van a ningún lado, y durmió relajado.
Al día siguiente pensó, Voy a ver cómo era nuestra estrella más cercana hace ocho minutos. Es Próxima Centauri y no eran ocho minutos, Esa noche estaba viendo la estrella cuatro años atrás. Cuando se enteró, Esteban, comenzó a ponerse nervioso. Miró uno de sus lugares preferidos del espacio, la galaxia de Andrómeda, sabiendo por vez primera que estaba viendo esa galaxia dos millones y medio de años atrás. Aquí se puso malo y empezó a hacerse preguntas.
Cuando fue consciente de que todo lo que veía de noche era tiempo pasado, y mucho tiempo, dejó de salir de noche y se aficionó a tomar el Sol, que no eran más que ocho minutos. Aun así, no podía dejar de darle vueltas. Si pudiera ver, se dijo, todo en el tiempo actual, a tiempo real, igual ya no hay nada, la mitad del universo ha desaparecido y estamos medio solos.
Pensó que en realidad vivía en un teatro en el que los tramoyistas van quitando los decorados, pero el espectador vive del recuerdo. No hay nada, seguro, solo este puto Sol de ocho minutos y nuestros planetas de mierda, lo demás desapareció hace tiempo, y, claro, lo empezaron a tomar por loco.
Esteban acabó en un centro especial para personas con problemas. De noche, los lunes miércoles y viernes, era feliz, el techo de su habitación no tenía estrellas en las que pensar. Los martes, jueves, sábados y domingos lo tenían que sedar, miraba el techo convencido de que el universo había desaparecido. Tenía un reloj de pulsera, un buen reloj, y de día, cuando salía al jardín, miraba al Sol y contaba de ocho minutos en ocho minutos hasta la hora de comer.
Ya mayor, a Esteban le dijo la doctora que le iban a hacer una fiesta de cumpleaños. Él se alegró y pidió que lo sacaran al jardín, a tomar el aire dijo. Hacía un día magnífico, un cielo despejado, una brisa agradable y un olor a humedad que cautivaba. Esteban miró el reloj, contó los ocho minutos, y cuando vio que el Sol se transformaba en una gigante roja soltó una carcajada brutal que se apagó cuando el halo de la estrella absorbió los planetas del sistema solar.