Damián

Y le salió una mancha al cielo. La mancha creció y se comió el azul, dejando ese techo gris pesado. Al cabo la mancha gritó con fuerza y comenzó a llorar. El grito fue de rabia y el llanto de impotencia. No sería suficiente para inundar la tierra y eso cabreaba mucho a la mancha gris.

A la mancha gris solo le importaba Damián, el resto le daba igual, pero Damián, ahí sentado a la puerta de un chamizo, sin agua y con una piel tan gris como la mancha, le importaba. Algo llevaba impidiendo que la mancha llorara durante varios años y Damián padecía de sed.

Damián, sediento y cansado, sonreía de vez en cuando. Sobre todo cuando la culebra salía del tronco seco que había delante del chamizo y le sonreía. Él no sabía de culebras ni de casi nada, pero tenía claro que lo de ella era una sonrisa. Le puso nombre, te llamarás Serpiente, dijo, y Serpiente salía a saludar a Damián cada cuando le daba la gana.

La madre de Damián le dio, un día, un vaso de agua. La mancha se emocionó y Serpiente bebió un poco. ¡Qué rico que es esto! Dijo Damián, y se durmió mirando al cielo azul. Damián soñaba a ratos y a ratos pensaba en el significado de sus sueños. Naturalmente Damián no sabía que significaba la palabra “significado”, aún así quería descubrir lo que soñaba.

La mancha estaba exhausta, era un escupitajo escondido en una esquina del mundo, eso la volvió iracunda, y ya se sabe, cuando una está iracunda se crece. Mancha comenzó a crecer y a crecer hasta que cubrió el azul. El azul se quejó, pero ya era tarde. Serpiente se enroscó en las muñecas de Damián, dejando las manos del chico unidas como si fueran un cuenco. Cuando la mancha se echó a llorar, Damián bebió y bebió de sus manos hasta hartarse, llenó dos bidones viejos para su madre y se tumbó en el suelo dejándose empapar.

La mancha dejó abrir un hueco por el que se veía el azul y, poco a poco, fue menguando hasta volver a ser un punto en algún lugar. No ha sido suficiente, decía, no ha sido suficiente…, pero estaba contenta por Damián, Serpiente estaba contenta por el charco, Damián estaba contento por su madre y la madre miraba al cielo buscando una mancha gris.

 

 

 

 

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