El fantasma

Estoy un poco preocupado. La otra noche, serían las tres de la madrugada, me desvelé. Oí un ruido en el pasillo, un arrastrar de pies, seguido de un golpe sucio, como un portazo, un sonido gutural y otro golpe. Luego silencio. Celia, susurré a mi mujer mientras la meneaba para que despertara, hay un fantasma. No digas chorradas, contestó, y duérmete. Tu sí que eres un fantasma.

Hace años que los chicos se fueron, y la gata no puede hacer esos ruidos, imposible; además, no es la primera vez que ocurre. No creo en fantasmas, pero tenemos uno. Cojo un libro y me siento en el sofá. Celia se ha ido a trabajar, abro el libro por el punto para reencontrarme con Grassiela, una de las detectives del último de Eduardo Mendoza. No la encuentro, cierro el libro y leo la portada, “Asesinato en el Comité Central”, de un tal Vázquez. Vale, continuaré con este, pienso.

Hombre, ¡hijo!, exclamo al ver aparecer a Ismael por el pasillo, ¿Cuándo has venido? Papá, responde, que llevo cuatro meses en casa, que me separé de Teresa. Claro, claro, que tontería. Le pregunto si ha escuchado al fantasma y ni me contesta. La gente cada día está peor. Me concentro en la novela de Vázquez a la espera de que llegue Fadila, la señora que nos ayuda en la casa.

Después de comer me siento en el sofá, la gata se sube a mis piernas y le cuento lo del fantasma, me escucha con atención y me da la impresión de que ella también lo ha visto. Luego me he quedado dormido, una buena siesta. Cuando vuelva Celia de trabajar le tengo que preguntar por qué no hemos ido a la playa, a ella le encanta, y hace un día maravilloso. No sé quién será ese Vázquez, ni por qué tengo tantos libros suyos en la biblioteca, pero es una birria. Hombre, ¡hijo!, ¿Cuándo has venido?, le pregunto a Ismael al verlo salir del lavabo. El muy maleducado ni me contesta. Estos chavales…

Celia ha llegado y nos vamos a ir a la playa. ¿No es un poco tarde? Pregunto. No, responde, es la hora perfecta. Ismael también viene. Montamos en el coche y pregunto que dónde está la bolsa de las toallas. No sé, no sé, ¿me engañan?

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