Ardelcamino del Monte – 3

Federico Macías, el taciturno exalcalde, pidió cerveza negra natural. Desde que se separó de Elena, ya ni recordaba cuándo, y cedió ayuntamiento y esposa a su enemigo jurado, Anselmo Vegas, tras perder las elecciones, el hombre no levantaba cabeza. Cada cuatro años alternan la alcaldía después de sangrientas campañas electorales, a las que se presentan siempre defendiendo al mismo partido: ARCAFO (ArdelCamino Forever); pero a Elena la perdió para siempre por culpa de un comentario hiriente sobre la familia de ella. Ahora Federico es un hombre triste durante la vigilia que, durante el sueño, gasta fortunas en «La Brisa Roja» para pasear delante de Elena esperando que lo elija para follar, lo que ocurre con bastante frecuencia porque eso lo sabe hacer muy bien. Anselmo Vegas muchas noches pasea junto a él, buscando ser elegido por alguna mujer, ya que durante la vigilia Elena se muestra sexualmente distante; el pensamiento general es que Anselmo es un rápido. Los vecinos creen que algo de celos entre ellos debe de haber, pero si los hay nunca los muestran en público porque el odio mutuo entre alcalde y exalcalde es más viejo y más fuerte que un simple asunto de sexo.

Las nubes se iban compactando y Borja, sonriente, hizo sus cálculos. Con amenaza de tormenta nadie iría al bar por la tarde y, además, la Cabrera encerraría a las cabras y se quedaría en casa. Excelente situación para, como quien no quiere la cosa, aparecer por la casa de la chica e invitarla al cine. ¿Quién, en una tarde de tormenta, rechazaría un viaje a la capital para ver una buena película? ¡Nadie!

—Papá. ¿Puedo coger el Mehari esta tarde?

Sabía que no me negaría a dejarle el viejo Citroën. Borja sacó una bandeja con pinchos justo cuando regresó el grupo de niños. Visto y no visto, magia de la buena. ¿Hubo pinchos en la bandeja alguna vez? ¿O había sido una ilusión óptica?

Entre niños y niñas, de ocho a doce años, Ardelcamino del Monte cuenta con un pequeño ejército de veintisiete almas. Nadie sabe cuál es la diferencia entre ese grupo de niños durante la vigilia y los piratas, bomberos, aventureras, astronautas, superhéroes, ogros o hadas del sueño. A decir verdad, creemos que durante el sueño son menos peligrosos.

El tiempo pasó a ritmo lento y a las tres y media, con el postre aún en el esófago, Borja, vestido de fiesta, a su gusto, con unos tejanos negros que parecían una segunda piel, una camiseta blanca, unos botines camperos y una cazadora de cuero negro que se le ajustaba como si fuera una chaquetilla de torero, colocó el paraguas en el asiento trasero del mehari y arrancó el coche. Frenó a los cien metros, al ver que su larga y enmarañada melena color caramelo se revolvía con el viento, bajó y colocó la capota. Quince minutos después la Cabrera, asomada a la puerta de su casa, lo observaba dudando y con esa sonrisa que tienen algunas mujeres cuando están pescando.

—No digas tonterías —dijo ella—. Cómo pretendes que vaya a ninguna parte con un corcho como tú —Y se dio la vuelta para entrar en casa.

—Pago yo —respondió Borja azorado—. Invito, invito…—Entonces la chica se giró hacia él de nuevo y preguntó.

— ¿Qué peli?

—Iron Man 3 —dijo Borja con seguridad.

—Gravity. O no hay trato.

Camino de la capital el cielo empezó a soltar agua con gusto, eso permitió que Borja pudiera introducir una conversación sobre el tiempo y acabar con el incómodo silencio. La Cabrera intentaba comprender cómo era posible que le gustara tanto aquel chico con el que no tenía nada en común, ni social ni culturalmente. ¿O quizá sí? No era solo sexo, era algo más. Desde el primer día que lo vio, apenas recién llegado al pueblo, se enamoró de sus ojos y de su mirada, siempre clara, siempre a tus ojos, nunca escondida. Podía estar hablando de la mayor tontería del mundo y explicando sandeces, era lo habitual, pero te las decía mirándote a los ojos y con una sonrisa encantadora. Le gustaba tanto como Gal Dorin, el rumano que trabajaba como pastor de la yeguada de la Umbría. ¿No había una canción que decía algo de querer a dos hombres a la vez y no estar loca?

A la media hora de película la Cabrera decidió lanzarse y deslizó su mano suavemente hasta posarla sobre la de Borja. No obtuvo respuesta. Un codazo seco en las costillas lo despertó y la mano de la chica tiró de él, agarrándole de los pelos, para sacarlo del cine.

Borja aún no sabía qué pasaba, pero la cara de la Cabrera no le tranquilizaba. Llovía a mares y el paraguas era inútil. Bajo la marquesina del cine la muchacha estaba a punto de montar una bronca de miedo, pero en el instante que ella abrió la boca para gritar que nadie en el mundo podía invitarla al cine para dormirse a su lado y seguir vivo, apareció un hombre, y parecía intranquilo.

—Perdón —dijo—. ¿Tú no eres la hija del cabrero de Ardelcamino del Monte?

— ¿Quién es usted? —contestó seca la Cabrera.

Aquel hombre, bajito, calvo y empapado de agua, se presentó como el hermano de Matías Moreno, el furtivo. Matías era un espíritu libre, sin oficio regular, que se dedicaba a cultivar un pequeño huerto, a servir en las monterías de ricos y famosos y, por supuesto, a la caza furtiva. Posiblemente era el mejor campero de la Comunidad; un superviviente: Soltero, con muy mala hostia y absolutamente asocial. No creo que nadie lo apreciara, ni dentro ni fuera del pueblo.

—Te he reconocido —le dijo el hermano de Matías a la Cabrera— porque, aunque estás hecha una mujer, tienes la misma cara que de chica, cuando yo aún iba de vacaciones al pueblo. ¿Vives todavía allí? —La chica asintió— ¿Has visto a mi hermano en los últimos tres o cuatro días? —La chica miró a Borja y pensaron durante unos instantes.

—No —dijeron los dos a la vez.

—Ya.

— ¿Por qué? —preguntó Borja.

—¿Tú de quién eres? No me suenas —dijo el hermano de Matías.

—Es un imbécil —saltó la Cabrera— y hace poco que vive en el pueblo. ¿Le podemos ayudar en algo?

─Es que me parece que lo he matado. Bueno…o yo o alguien, pero está muerto. Que lo sepáis y lo digáis en el pueblo.

Y salió corriendo avenida abajo ante la mirada atontada de los dos jóvenes.

Se subieron al mehari y regresaron al pueblo. Durante el trayecto se hundieron en un profundo mutismo que se saldó con unas enormes carcajadas al bajar por las cuestas del pantano.

Ese tipo era un tarado, dijo la Cabrera, Ya te digo, contestó Borja, y siguieron riendo.

Al llegar al pueblo, con la lluvia ya pasada, se desentendieron de aquel tipo y la Cabrera propuso dar un paseo. Aprovechó para pedirle perdón a Borja por sacarlo del cine de malas maneras y para dejarle claro que uno no se duerme si va en compañía de alguien más, en especial de ella. La Cabrera siguió hablando y hablando, a veces tenía la necesidad de hablar sin ton ni son, con las cabras era complicado hablar por hablar, con ellas solo verdades y sentimientos.

—Y tú —acabó diciendo—, ¿qué quieres ser de mayor?

Borja la miró fijamente. Consciente de su falta de estudios esa pregunta le jodía mucho.

— ¿Por qué has regresado con las cabras —dijo él— pudiendo hacer una brillante carrera en Estados Unidos?

La conversación y el paseo se acabaron en ese instante.

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