Claudia se levantó y se fue sin decir adiós, al tiempo entraban Reme y la Cabrera. Reme inusualmente guapa, con tacones, falda de tubo negra y maquillada con gusto, como queriéndose. Borja apareció como por arte de magia, atraído por el timbre de voz de la Cabrera, y les sirvió la mesa. Yo despedí al capitán Montoya, que no dejaba de maldecir a los buitres, y atendí a otros paisanos. La Cabrera le confesaba a Reme sus dudas amorosas, sus devaneos con Gal Dorin y con Borja, cantando las virtudes del pastor de la yeguada con un volumen diseñado para tocarle las pelotas a Borja, rojo como un tomate. Parece que la mala leche, a veces, también forma parte del cortejo. Cuando a mí me quedó claro que la Cabrera no era el trofeo que se sorteaban dos pardillos, sino la dominatrix, cambiaron de tema y contaron cómo andaban las cosas por el pueblo, con Anselmo y Federico unidos como nunca en el afán de acabar cuanto antes a con el asunto del asesinato de Matías, y el hermano de Matías Moreno hablando solo en la puerta de su casa, interrogando luego a la farola de la calle, volviendo después a su monólogo para acusar de nuevo a la farola, y así sucesivamente, ya que dado su talante de impertinente mosca cojonera y su nula relación con los vecinos, tendía a tocarle los huevos a objetos inanimados.
Claudia abrió la escuela por la tarde, con el vecindario más calmado. El pueblo volvió a su rutina diaria y Borja se echó una siesta. En la cena me explicó que, como de costumbre, levitó sobre la Encina Milenaria poniendo la mente en blanco, hasta que un buitre le sobrevoló a poco más de dos metros sacándolo de su ensimismamiento. Molesto por la injerencia, Borja dejó la encina y quiso probar suerte en la gruta de Matilda. En el sueño la Cabrera era Matilda, la herbolera, una curandera joven, bella y rotunda: una serrana de armas tomar. No la encontró, pero al pasar por los Canchos pudo ver perfectamente como los buitres estaban torturando a un Gran Duque, un enorme búho; ya le habían arrancado un ojo, mientras salmodiaban: «No se comen ratones, ni serpientes, ni lechones. Solo vegano, verde, melones, melocotones, verde, vegano». Una y otra vez, una y otra vez, en un susurro de réquiem. Al cabo soltaron al búho, mutilado y malherido: «que todos lo sepan», dijo el gran buitre gris advirtiendo la presencia de Borja y haciéndole una reverencia. Borja despertó cuando lo zarandeé.
El alcalde tuvo una reunión con el vaquero y el chalán poco antes de la hora de comer, le pidieron la colaboración de ocho o diez vecinos que aceptaran limpiar el fondo de la depuradora en busca del móvil de Matías. El mismo Anselmo, pensando en la reelección se ofreció y se ganó una soberana bronca de su mujer, Elena: Que si vas a volver oliendo a mierda que si luego la ropa la lavo yo, y todo eso. Federico, nada más enterarse se ofreció voluntario junto a sus dos concejales: A ver por qué el imbécil de Anselmo iba a hacer campaña y él no. Bajó a la plaza pasando por la puerta del alcalde. Elena, aún más cabreada se asomó y le dijo: Y tú, y tú el próximo sueño vas a follar con la cochina del tío Manuel.
Hacia las seis, acabada la escuela y con los críos ya sueltos por el pueblo, Gal Dorín apareció por el comercio de Reme con la intención de comprar algo de fruta y embutido. Vaya jaleo que hay, pensó al escuchar las voces que resonaban tras la puerta, Reme y Elena estaban teniendo una discusión en toda regla. En lugar de abrir la puerta del comercio, llamó con los nudillos y después entró. Elena y Reme callaron y le dieron las buenas tardes; no volvieron a cruzar palabra en los minutos que el muchacho estuvo comprando.
A última hora me tomé un café en el bar de la plaza con Claudia y con el Cabrero. Siempre había alguien entre Claudia y yo, parecía imposible que pudiéramos quedarnos a solas. El Cabrero, un tipo duro, nos dijo que, si pensaba en los restos del cadáver, le venían temblores; que él había visto muchas cosas, pero nada como aquello y, solo de pensar que los buitres se hubieran llevado algún cacho de muerto, le daban ganas de vomitar. Y que todo lo malo que le ocurría al pueblo era por culpa del agua del manantial, que tenía demasiado hierro. Claudia asentía desganada y dijo que los chavales, en la escuela habían estado raros, con muchas risas tontas y comentarios escatológicos. Ha sido un crimen horrible, y si no te afecta, es que estás muerto, sentenció.
Los voluntarios, rebozados en detritus apestosos, regresaron ya anochecido. El pueblo limpio se puso en guardia, conminando a los olientes a retirarse a sus hogares y desprenderse de la mierda tras informar a la autoridad de que el rastreo había sido negativo, sin señales del teléfono móvil de Matías.
Esa noche hizo mella el cansancio y los sueños fueron muy hacia adentro, muy personales, prácticamente no hubo comunión.
El martes me desperté más allá de lo prudente, hacia las diez y media. Borja había terminado las faenas y estiraba su elástica musculatura en el centro de la terraza. El día estaba gris, de feo, pero no de lluvia, así que por la tarde no habría problemas para la entrega del premio del último sorteo de la «Lotería desquiciada», una tradición de aquí. Elena y Venancio (el hortelano) recibirían por fin su botín, unos ciento diez mil euros a dividir en partes iguales. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo se celebra esta lotería, pero por sus características seguro que es posterior a la fecha en la que los habitantes empezaron a fundir sus sueños, de otra manera no sería viable. Se trata de adivinar las cinco carnes o verduras que la ruleta del tiempo seleccionará para las barbacoas comunitarias que hacemos de manera regular. El primer domingo después del primer lunes tras la última barbacoa, se procede a seleccionar las cinco próximas especies haciendo rodar la ruleta. Es una gran ruleta vertical que se coloca en la plaza del pueblo o, si hace mal tiempo, en la nave multiusos. Es muy raro que alguien haga un pleno al cinco y, menos aún dos personas a la vez. Aun así se cruzan apuestas muy elevadas que el alcalde levanta en acta. Hay que pensar que si en vigilia los ingresos no son elevados, en sueños, por mal que te vaya, siempre puedes sacar un cofre de doblones de un pecio español. Hace un tiempo que crece una corriente de opinión que apuesta por cambiar la lista, renovarla, pero a mí, personalmente, la actual ya me parece bien: Ternera de Ávila, lechazo, ornitorrinco, lomo de unicornio, capibara, muslos de dodo, butifarra de cerdo, espárragos trigueros, huevos de apatosaurio, diablo de Tasmania, cancerbero, costilla de pantera nebulosa, nautilus, pechuga de pollo, ensalada de Ginkgo biloba, manitas de arpía, higos de higuera cretácica, sopa de helecho jurásico, huevas de galeáspidos con mantequilla de agrioterio, codillo de smilodón, alitas de Pegaso, cocochas de placodermo, postre de frutos rojos del paleolítico, queso de leche de mastodonte, fresas del neolítico con nata de leche de Hipparion… y así hasta cincuenta. No acabo de ver la necesidad del cambio. Peces no, pescado no hay ya que la tradición de Ardelcamino considera a los seres que respiran filtrando el oxígeno del agua como una civilización elevada, igual o superior a la humana. No he logrado saber por qué, corrijo: no he logrado saber si de verdad lo creen o, como los niños, es una excusa para no comer pescado.
A las cinco de la tarde, una hora antes del sorteo, el alcalde lanzó un bando, otro bando, convocando a los vecinos que pudieran, a bajar urgentemente a la plaza. Fui con ese cosquilleo que augura desastres, pensando que algún fenómeno natural impediría el reparto del premio. Me alegré de equivocarme, se trataba de otra cosa. Habló Anselmo, para decirnos que se cerraba la investigación del asesinato de Matías Moreno; que no veía implicaciones en el municipio y, si era menester, seguirían otras líneas de investigación más probables: las monterías a las que acudía en otros pueblos y el tráfico de caza furtiva del que sacaba su sustento, actividades que mueven mucho dinero y mucha sangre. Lo que todos pensábamos. En ese instante el hermano de Matías cogía el autocar de línea, no ha vuelto nunca. Nos quedamos sin muerto y sin asesino: ¡Con lo que prometía el asunto!
Ya nadie se movió, enlazamos con la entrega de premios. Claudia se colocó a mi lado y me saludó sonriente. Tardé demasiado en abrir la boca, quería invitarla a cenar en la piscina, pero me costó ordenar la frase en mi cerebro y, cuando ya estaba listo, el vozarrón del alcalde pidiendo silencio me dejó mudo. Venancio y Elena subieron al balcón del ayuntamiento para recibir sus cheques, cheques falsos que podrían cambiar durante el sueño en «La Brisa Roja» por su valor en oro, o en billetes, diamantes, perlas, zapatos, regaliz o lo que más les apeteciera. Al acabar el acto me giré buscando a Claudia, la vi dirigiéndose a los chicos en la parte alta de la plaza; imagino que les advertiría de las consecuencias de volver a asaltar «La Brisa Roja» para robar los premios.
Cuando quise ir a por ella, Federico me cortó el paso para pedirme si podría hacer un seguimiento de los buitres en vigilia; yo era el mirón oficial y disponía de prismáticos, telescopio de tierra, telescopio astronómico, equipo de fotografía, cámara de video, microscopio, lupa binocular, cuentahílos, lupas variadas…, dije que sí, y Claudia ya no estaba. Molesto, volví a la piscina y perdí un rato en crearme una pauta diaria para seguir el comportamiento de los buitres, no era complicado, alzaban el vuelo al salir el sol, daban vueltas buscando carroña y, al atardecer volvían a sus canchos. Hacia las once de la noche me quedé dormido pensando en Claudia y estuve un buen rato en la puerta de la «Brisa Roja», que si entro, que si no entro…Al final no entré, por vergüenza, y me retiré a pasear por el camino de la Correra, una vía sin asfaltar que circula entre encinas y acebuches durante miles de kilómetros, parece ser que es un camino que lleva a todas partes, aunque yo nunca he recorrido más de tres kilómetros. Como era habitual, la diligencia de Cándido Luna levantaba todo el polvo del mundo camino de Madrid, no me aparté ya que en sueños la polvareda no es molesta, simplemente opté por dejarla pasar, como otras veces, pero contraviniendo sus hábitos, esta vez freno junto a mí. Cándido Luna asomó por el ventanuco y con una seriedad formal y grave me tendió una tarjeta de visita en la que, en letras historiadas, figuraba su calidad, su oficio y su dirección. Dijo: «Para servirle a usted y a la comunidad en lo que tengan a bien. Vienen malos vientos.» Y, sin más, la diligencia arrancó, dejándome allí, en medio del camino con cara de besugo. A unos doscientos metros, tras un olivar, se levanta el «Chang Memorial Hospital», un edificio de dieciocho plantas dotado con los más punteros avances científicos en el campo de la salud, y donde Macario Chang se cura, durante el sueño, gripes, gangrenas, infartos, cánceres, neumonías, afecciones pulmonares debidas al tabaquismo, o bien se transexualiza y pare mediante epidural, o con cesárea…la cuestión es mantenerse en forma, ya que en vigilia apenas trabaja; la gente desconfía de su homeopatía, de su magnetoterapia, de las flores de Bach, de sus habilidades osteopáticas y de la imposición de manos, así que en vigilia atiende a cuatro vacas y a cuatro cochinos, poco más. Pensé en visitarlo, pero al final di la vuelta, no eran muy agradables sus sueños, mejor observar una buena pelea de Xena y el Cabrero contra Odín y sus huestes.