Planta
Era el tercer mes del solsticio de invierno y la temperatura aún no templaba, al contrario, el frío se hundía en las ramas como alfileres, sin avisar.
La sequía invernal tan solo era aliviada por abruptas lluvias torrenciales que arrastraban la tierra sin dejar oficio ni beneficio. Era el tercer mes del solsticio y Planta no había dejado de quejarse ni un solo día. Los huevos de mariposa que reposaban en un par de decenas de sus hojas eran una molestia insoportable.
—Tú sí que estas insoportable —Le recriminaban los demás arbustos de la mancha. Y se reían de ella. Planta era la planta más joven de aquella mancha de sotobosque, tan caprichosa y egoísta como las demás plantas jóvenes, pero además con un carácter agrio y vanidoso. Estaba convencida de ser la perfección vegetal de la zona, la más bella, la más sabia, la más verde, la más perfecta, la más más de toda la masidad, y eso no era compatible con alojar huevos de absolutamente nadie en el envés de sus hojas.
Planta hacía innumerables esfuerzos para sacarse aquellos malditos huevos de encima, y el nulo éxito la ponía de peor humor, provocando las risas del resto del sotobosque, llenándola de ira y odio.
— ¿No ves que somos plantas, so tonta? —Le decía un tomillo—. Estamos enraizadas y solo nos mueve el viento. ¿Cómo vas a quitarte los huevos?
—Ya verás cuando se hagan orugas —comentaba una jara—. Entonces sí sabrás lo que son las molestias. Te morderán las hojas y te dejarán sin muchas de ellas. Eso sí es molestia, todo tu tronco se encontrará mal, con náuseas, y tendrás ganas de desarraigarte y salir corriendo, pero no podrás. A veces hay que saber convivir, o aguantar.
Planta estaba horrorizada. No podía permitir que eso ocurriera. Si no se podía mover para arrancarse aquellos monstruosos bichos pensaría otra estrategia. Empezó a segregar aromas y resinas de diferentes olores y composiciones. Nada. Mezcló los aromas con las gotas de rocío. Nada. Usó el rocío para mezclar varias resinas. Nada. Las orugas ya se podían apreciar a punto de eclosionar y a Planta le entró el terror. El terror, mezclado con las resinas, los aromas y el rocío, olió a muerte. La mezcla venenosa mató a todas las orugas antes de que salieran de su funda. Planta, orgullosa, le escupió su victoria a toda la mancha y en el bosque se habló de la masacre.
—Estás loca. No sabes lo que has hecho —sentenció una encina—. Este mundo es complejo. Todos somos necesarios en cierta medida, y todos somos diferentes; eso significa que, a veces, hemos de aguantar ciertas cosas. No. No lo estás haciendo bien. No. Así no es.
—Encina vieja y estúpida. Yo crezco con el agua y el sol, bienes que me vienen dados por el simple hecho de existir, y solo con ellos lograré la perfección. Seré la planta más maravillosa, la que dará frutos sublimes con semillas jamás vistas. Daré inicio a una estirpe superior. Dentro de cinco primaveras, no más, todas me rendiréis pleitesía. A mí y a mis hijas.
Un par de lunas más tarde, tras un periodo de lluvias tibias y sol acogedor, el bosque se revolucionaba. Todo estaba tieso, erecto, y no es un mal juego de palabras con doble sentido. Nubes de insectos y mariposas zumbaban como locos de un sitio a otro mientras cada una de las plantas reventaba en una orgía de flores. Era la gran fiesta del año. Una cubierta verde salpicada de millones de colores rogando sexo.
Planta miraba a uno y otro lado, viendo como las mariposas polinizaban los tomillos y las zarzas, como las abejas se revolcaban en las jaras y jugaban con el romero, y las mariquitas vestían de faralaes las manchas de lavanda. Esperaba con soberbia al rey de los polinizadores, el que vendría para fecundar sus flores perfectas, que darían frutos magníficos con semillas jamás vistas.
— ¿Pero qué insecto va a querer polinizarte? Has asesinado a parte de su estirpe por tu poca paciencia, por tu poca empatía. ¿Qué esperabas? —El alcornoque centenario quiso explicarle el mundo, pero desistió—. Nunca te has enterado de nada.
Nunca te enterarás.