El monstruo asomó su ojo, cesó el intenso llanto y asomaron rayos de esperanza. Vamos, que llegó el ojo de la tormenta, dejó de llover y salió el Sol, así que salí echando hostias hacia la playa, a por dosis de vitamina D. Ese tiempo loco de julio nos tenía tan desconcertados que olvidé que no me convenía el Sol, que la dichosa vitamina mejor en pastillas. Hemos de comprar una sombrilla, pensé mientras caminaba por la orilla con los pantalones arremangados, Una sombrilla de esas que tanto he odiado desde chico. Claro.
Ya no soy
chico.
Soy
la mano
que maneja
El martillo hace atronar el yunque de hierro antiguo.
el yunque vibra tiempos pasados,
atruena colores ocres,
lanza chispas frías y rojos fuego
mientras que bajo el recio tronco que lo sustenta
vemos brotar, ilusionadas, flores entre la hierba.
Vida nueva que rompe la tierra,
tierra que
bajo la tormenta
encuentran
ya medio podrida
Ya medio muerto el refugio que les queda, que no queda. Vamos, que yo no me miro por vergüenza, no os miro por decencia, acaricio con paciencia el tronco que nos aguanta y aparto la mirada de los brotes, los capullos reventones y las flores convencidas de que este mundo es suyo. Ni supimos, ni sabemos, ni, por nuestra dejadez, sabrán, hacer con nuestra cabaña una puta mierda. Perdón, eso sí.