Benito

Álvaro tenía ocho años y un caracol llamado Benito. No tenía nada más, bueno, algo más sí, sus inseguridades. Y, claro, que en 2018 un crío de ocho años no tuviera redes sociales, ni amigos, era raro. Su padre, su madre y sus tíos se lo decían: Álvaro no puedes ser tan raro, has de cambiar, hacer amigos…A Álvaro esto no le hacía mella, lo hablaba con Benito, que tenía una muy buena conversación e infinidad de argumentos, Álvaro entendía esos razonamientos y quedaba tranquilo.

Benito, como caracol, no destacaba; era un Cornu aspersum como otro cualquiera, también llamado Bover o burgajo, pero hablaba castellano, catalán y francés, aún así a Álvaro le venía muy bien, lo tranquilizaba, en especial con lo de hacerse pis en los pantalones, porque Álvaro era muy de hacerse pis en los pantalones. Si en el cole los compañeros se reían de él, se hacía pis; si el profesor de gimnasia se reía de él por no saber subir la cuerda o la pértiga, se meaba; cuando las niñas del colegio de monjas se reían de él por ir con los pantalones meados, además lloraba. Un poema.

Una tarde, al salir del colegio, su madre lo llevó al médico, y el médico fue tajante: “Eneuresis”. Y a Álvaro se le cayó el mundo encima. Orinarse encima, bueno, era molesto, pero ¿Eneuresis? Eso tenía que ser mortal. Pálido, se encerró en su habitación. No quiso cenar, sacó a Benito de su casita, se lo colocó en la rodilla derecha y, sollozando, le preguntó: Benito, la Eneuresis es una enfermedad mortal ¿Verdad? Al cabo de unos minutos en silencio Benito le respondió: Por supuesto, indefectiblemente, de lo más mortal. Y Álvaro se hundió en la más negra oscuridad hasta el día siguiente.

Durante varios días Álvaro estuvo callado, callado como un muerto, pensaba. Sus padres empezaron a preocuparse. Vamos a pedir hora para el médico, dijo su padre, no estás bien, hijo. Álvaro no pudo esperar más y saltó: ¿Me voy a morir ya?, Pero ¿Qué dices hijo? SÍ, sí, a morirme, de la Eneuresis esa. Sus padres soltaron unas carcajadas que dejaron a Álvaro pálido, sí, pálido como un cadáver. Luego le explicaron que la eneuresis era el nombre de la incontinencia del pis, lo que él tenía, y que de eso no se moría nadie.

Esta información tuvo dos consecuencias. Por un lado, Álvaro dejó de mearse encima, aprendió a trepar por la soga y la pértiga, le cogió gusto al deporte y a los estudios y los compañeros dejaron de reírse de él. Por otro lado, sacó a Benito de su casita, lo puso encima de la mesa, le llamó “cabrón”, que era una palabra muy fuerte para un chaval de ocho años, y le estampó un ejemplar de las obras completas de Julio Verne en todo el caparazón, reduciendo a Benito a un amasijo informe.

Álvaro se quedó a gusto y con el tiempo comprendió que los caracoles, hablen o no, se llamen Benito, Adolfo…o parezcan sinceros y francos, no son merecedores de confianza, porque los caracoles no razonan; si les pides consejo, se limitan a decirte lo que tú quieres oír, te regalan los oídos con tus propias mentiras y, si les haces caso, estarás tan engañado como feliz, y seguirás sus cantos hasta tu propia destrucción. Y eso.

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